Saturday, May 1, 2010

PARA GABY Y ALFONSO

PARA GABY Y ALFONSO
Por Amador Peña Chávez





Estar en la boda de Gabriela y Alfonso fue algo maravilloso que no voy a olvidar, en primer término por el amor tan grande que se profesan, en segundo, por acompañar a mis paisanos Ariel Antonio Múzquiz Soto y Guadalupe García de Múzquiz, asimismo a mi gran amigo Hilario G. Manrique Jiménez a quien en todo momento vi siempre alegre y cumplido con la concurrencia por que sé que él, más que todos, sentía la presencia de su amada Chiquis (Yolanda de la Garza) quien desde la dimensión celestial estuvo como siempre a su lado y a todos nos sonreía con la alegría que siempre la caracterizó.

El amor de Lalo y Chiquis es tan grande que rompe las barreras del tiempo y de la distancia y trasciende la dimensión del cielo a la tierra, porque Yolanda, no es de las personas que mueren, ella vive presente en los inolvidables recuerdos y fiel en el afecto de quienes la conocimos y admiramos por su gran valía como persona y esposa, en Lalo persiste el nunca olvidado gran amor.

Me sentí tan emocionado porque en Gaby (de Ciénegas) y Alfonso (de mi amado Palaú) vi repetida mi propia historia cuando hace treinta años me casé con Ana Elva Ferriño, estuve tan feliz, como si viera en un video mi propia boda en el “Tropical Viejo” propiedad de la familia Manrique; como ahora, –también de una cieneguense con un palauense-, es algo indescriptible que difícilmente voy a volver a sentir.

El Marengo, iluminado con el verdor de sus enormes nogales y la armonía musical que se dispersaba en un ambiente donde el espectáculo de las estrellas, como alud palpitaban al ritmo de la emoción.

Al centro de las mesas un fresco arreglo floral y una vela vítrea con el níveo polvo de los Arenales, cernido por los bienhechores vientos, lugar distintivo de Cuatro Ciénegas y polvo de carbón. material característico traído de de “La Perla de las minas” Palaú, Coahuila, que se conjugaba representando en la alianza sentimental de Gaby y de Poncho, la unión de dos pueblos fuertemente adheridos en su amor, pero simbolizando también que en esa hermosa conjunción como la arena y el carbón juntos guardaban un gran respeto por la propia identidad.

Dos amadísimos pueblos, claro, que con un rojo ardiente guardo en la propia geografía de mi corazón: Palaú y Cuatro Ciénegas.

Antes de servir la cena, me invita mi amigo Lalo a leer un pequeño poema que escribí por tan bonito motivo, corto en extensión pero grande en mis deseos para los novios.

Al bajar del estrado, me esperaban los novios emocionados y mis paisanos de Palaú con quienes me fundí en un afectuoso abrazo. Después siguió la fiesta y pude compartir con Ariel Antonio Múzquiz, Papá del novio y mis queridos paisanos, recuerdos de aquel Palaú de mi inolvidable infancia.

Ya como a la una de la mañana recibimos la visita del viento “Cañonero” que no sólo nos brindó un agradable frescor, sino que nos traía a los novios y a nosotros el saludo de los insólitos parajes del desierto.

Previo a ese día, estuve a punto de no acudir a la fiesta por mi fuete dolor lumbar, pero sabía que mi compromiso era muy grande y acudí, pero desde que llegué yo se que mi amiga Chiquis, mamá de la novia y excelente amiga, desde el cielo le mandó un rayo milagroso a mi espalda y no sentí ya más dolor, surgió el Amador de antes, por siete años nunca había podido terminar una pieza de baile, esa noche no sólo baile, sino que pude convivir alegre, hasta canté con el profesor Pompilio, ícono artístico del lugar.

Chiquis: te agradezco que me hayas brindado este milagro, sé que estuviste pendiente para que fueran halagadores todos los detalles de la boda de tu amada hija con Alfonso. Qué más demostración de tu inmensurable amor.

Por eso pedí a mi amiga la Doctora Graciela Martínez González que desde Sudáfrica dirige este blog para incluir estos comentarios en “amar amando”
Porque ésta es una real y bella historia de amor.

Con todo mi afecto





CARBÓN Y ARENA

Palaú y Cuatro Ciénegas, reductos de magia milenaria.
Uno atesora bajo tierra, petrificados bosques ancestrales,
el otro, en sus arenas y humedales, el eco de mares remotos.
El carbón y la arena, los dos, sorprendentes y atávicos.

El negro y el blanco, que simbolizan entre sí
la noche y el alba, el hombre y la mujer,
la naturaleza y el espíritu, los anhelos y la acción;
que hoy se juntan en armonioso encuentro.

Conjugados al fundir en Gabriela y Alfonso
dos corazones para palpitar al unísono,
dos voluntades para surcar un mismo sueño,
dos caminos para proseguir en una misma senda.

Un puñado de arena y de carbón, que sintetizan
al conjuro del cariño y la bendición de Dios:
fuerza y terneza, fe y voluntad, ímpetu y candidez
de dos vidas unidas, con el lazo indisoluble del amor.

Amador Peña Chávez



Hace 30 años, Ana Elva y un servidor, vivimos una historia similar. En horabuena para Palaú y Cuatro Ciénegas, sobre todo para Gaby y Poncho.

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